Foto:http://www.colparques.net/TATACOA |
Esta historia comienza en un tiempo bravo que algunos señores de libros llaman el Mioceno, hace tanto que casi nada tenía nombre. El planeta se estaba acomodando por todos sus rincones, incluido el nuestro, que entonces tenía una forma muy distinta, pues no había todavía montañas ni ríos, al menos no como nosotros los conocemos. La superficie del planeta está hecha de varios pedazos de tierra grandísimos que llaman placas tectónicas, estas por ese entonces se estaban moviendo para buscarse un lugar. En esta búsqueda se encontraron dos placas, una que llaman del Pacífico y otra que llaman de Nazca. Juntas se apretaron de tal manera que se arremangaron y se fueron elevando, creando así todas las montañas de las cordilleras que van de sur a norte. Esto dicen que empezó a pasar hace unos veintiséis millones de años, ¡imagínese usted! Entre las cordilleras recién nacidas se quedaron unos enormes lagos de agua de mar que se fueron secando con el tiempo y fueron buscando un camino de regreso al gran océano; así comenzaron a abrir su trocha al mar, dejando a su paso cañones profundos como el del Patía y valles inmensos como el del Cauca.
Como hacer
montañas, ríos y valles no es algo tan fácil, el planeta se demoró mucho tiempo
para quedar como hoy lo vemos y utilizó muchos materiales para darse su forma.
Todos los materiales de la tierra que en algunas partes llaman minerales, se
fueron también acomodando por rincones, generando combinaciones especiales que
luego permitirían el surgimiento de muchas y muy distintas casas que empezaron
a recibir todo tipo de habitantes. Las grandes casas se distinguen entre ellas
por los lugares donde están ubicadas: en nuestro rincón del planeta hay casas
de tierra fría, de tierra templada y de tierra caliente. Una de las casas de
tierra caliente es el bosque seco tropical, un lugar que cuando apareció la
humanidad por estos lares, digamos hace unos quince mil años, lo encontró
amañador para quedarse y vivir.
La casa del
bosque seco tropical es especial porque no necesita mucha agua para vivir y al
mismo tiempo tiene muchos y muy diversos habitantes. Por su ubicación recibe
muy pocas lluvias en todas las épocas del sol y pasa por largas temporadas de
sequía. Esta situación que parece tan difícil llevó a que sus habitantes
aprendieran a conocerse estrechamente y a colaborar entre ellos mejor que los
hermanos. Las plantas del bosque aprendieron de su ambiente escaso de lluvias y
algunas produjeron espinas para captar la humedad del aire, otras de familias
distintas aprendieron a florecer y a dar frutos al mismo tiempo para no sudar
tanto con el calor, los árboles más altos aprendieron a soltar sus hojas en
tiempo de mayor sequía, dejando entrar el sol hasta el suelo del bosque, donde
las hojas se secan y guardan la humedad debajo, donde viven los hongos a
oscuras. Así mismo, los animales aprendieron del bosque para vivir mejor,
comenzando a hacer rendir el agua escasa, a esperar los mejores tiempos para
reproducirse, a ser menos resabiados con la comida, a irse por temporadas a
otros bosques y regresar con semillas para compartir. Igual hicieron los
insectos, quienes aprendieron a respirar y a comer poquito, aprovechando el
agua en cada respiro y en cada bocado.
Todos estos
aprendizajes son el resultado de una larga conversación que nunca acaba, donde
todos los habitantes se ponen de acuerdo para mantener la casa arreglada. Se
hablan, se escuchan y se sienten, ya sea en la lengua de los animales, la de
las plantas o la de los insectos. Pero estos acuerdos entre habitantes son tan
estrechos y tan bien cuidados que es difícil encontrarlos en otros lugares
donde también existe la casa del bosque seco tropical. Es decir, aunque el
mismo tipo de casa del bosque seco tropical se encuentre en el valle del río
Cauca y en el cañón del Patía, sus habitantes son bien distintos y han llegado
a acuerdos diferentes, pues cada quien tiene su costumbre para arreglar la
casa. Esto significa que los habitantes del bosque seco tropical son tan
diversos como sabios para colaborar y hacer acuerdos para vivir entre todos.
La humanidad
tuvo un momento en que fue parte de esta colaboración. Cómo se embolató y cómo llegó
a la soledad a la que se abraza hoy, será discusión de otra noche. Sin embargo,
es cierto que intentó aprender a convivir con los demás habitantes de la casa,
al menos durante un tiempo. Luego cambió de parecer y empezó a ver de otra
manera. Cambió hasta de vocabulario y así, por ejemplo, donde decía “colaborar”
pasó a decir “aprovechar”. Ahora insiste en que todo diálogo debe hacerse
exclusivamente en su lengua, sin preocuparse por aprender la de los demás
habitantes; parece no poder entender la larga conversación a la que de todas
maneras llegó tarde. Desde que la humanidad aprendió a hablar no ha parado, y
mientras habla va “aprovechando” y lo hace tan bien que está cerca de acabar la
casa del bosque seco tropical, no solo en nuestro rincón del planeta, sino en
todas partes donde había. Parece ya no importarle ninguna de las enseñanzas que
la casa del bosque explica con tanta sencillez, aunque sea tan compleja. Al
mismo tiempo, la humanidad de tanta habladera ahora se desprecia a sí misma y
lo expresa de maneras extrañas. Es diversa como los habitantes del bosque seco,
pero parece incapaz de colaborar ni siquiera entre ella misma. Ya no escucha,
solo habla. Hace falta una sacudida, quizás que el planeta acelere el paso
mientras se acomoda y la obligue a callar. Entonces ojalá perciba el susurro de
la casa del bosque, de sus habitantes, y por primera vez en mucho tiempo,
escuche.
[i] A partir del libro El bosque seco tropical en Colombia,
editado por Camila Pizano y Hernando García. Instituto Humboldt. 2014.
No hay comentarios:
Publicar un comentario