Nuestro
cacique Juan Tama fue quien delimitó el territorio del pueblo Nasa. Cuentan los
mayores que subió a la cima del nevado del Wila
y según su sentir, marcó el territorio Nasa y nos dio la orientación de defender
esas tierras. En ese sentido nuestros mayores orientan que “hay que conocer el
territorio para poder defenderlo” y en esta crónica vamos a conocer el
territorio ancestral llamado El Naya.
El
III congreso de la Cxhab Wala Kiwe (Territorio
del gran pueblo) realizado en el año 2017 en el resguardo indígena de Toez, la
comunidad dio una orientación: “acompañar las 21 comunidades filiales a nuestra
organización y los 7 planes de vida, esto con el objetivo de descentralizar y
hacer un trabajo desde la base”.
Dentro
de nuestra organización hay tres cabildos filiales que convergen en una misma
problemática y es el difícil acceso. El cabildo indígena del Playón, Cabildo
Indígena Nasa de Sinahí. Ubicados en una de las zonas de más complejo acceso de
nuestro país, entre las selvas de la costa pacífica caucana y valle caucana.
Eran
las 3:30 am del jueves 2 de agosto del 2018 cuando empezaron a llegar a la
oficina central de la Cxhab Wala Kiwe
en el municipio de Santander de Quilichao, los delegados de cada uno de los
tejidos, preparados para dirigirnos rumbo a uno de estos territorios: El
Playón, específicamente al caserío de Río Mina.
Esta
delegación estaba encabezada por el Thu´thenas
Manuel Liz, un Thë’ Wala (médico
tradicional), la coordinadora del programa Mujer Celia Umenza, delegados de los
tejidos de Educación, Salud, Comunicaciones, el Movimiento Juvenil Álvaro
Ulcué, el área de Planeación y la Unidad Administrativa. También dos
autoridades Ne’j we’sx del cabildo
indígena de El Playón, caserío de Rio Mina y miembros del Centro Nacional de Memoria Histórica.
El
objetivo de esta visita era claro: hacer acompañamiento a la “conmemoración de
la masacre del Naya” ocurrida el día 11 de abril del año 2001; fecha en la que
mientras en Popayán, capital caucana; miles de personas marchaban en las
procesiones de Semana Santa, en El Naya marchaba la procesión de la muerte,
conformada por los paramilitares del Bloque Calima de las Autodefensas Unidas
de Colombia AUC quienes masacraron a 19 personas según cifras oficiales; pero
según la comunidad del Naya, fueron más de 100 personas.
Si
bien la fecha de esta conmemoración no corresponde con la fecha de la masacre,
había algo fundamental en este evento: después de 17 años, esta era la primera
vez que se conmemoraba en El Naya, donde ocurrió la masacre. Esto, por las
condiciones complejas que hay para acceder a este territorio, unido a la manifiesta negligencia del Estado en
reconocer sus profundas responsabilidades en el desarrollo de las acciones de
muerte del paramilitarismo en Colombia”.
A
las 4:00 am, la delegación con un total de 18 personas, partió en camionetas
hacia la entrada al Naya. Primero, recorriendo por vía pavimentada, cruzando el
río Cauca hasta Timba; a partir de ahí, carretera destapada que abandona el
valle geográfico del río Cauca y sube por las montañas de la cordillera
occidental, así, hasta llegar a clima frío, a un caserío en medio del bosque
llamado “El campamento” a eso de las 7:00 am.
Este
es el punto donde inicia el camino hacia El Naya, hasta ahí llega la carretera.
En El Campamento o El Despunte, como lo conoce la gente, un sitio tan alejado;
se dibuja un paisaje particular: casas hechas de madera y que prestan servicios
como: almacenes de ropa, insumos agrícolas y pecuarios, víveres, restaurantes,
cantinas, internet y telefonía.
Ahí
hay algo que llama la atención. La gran cantidad de pesebreras en las que
descansan y se alimentan las mulas, que según el Ne’j we’sx Juan Carlos Samboní: “son más de 3.000 en todo El Naya”.
Estas, en grupos guiados por un arriero, sirven para transportar personas y la
carga (víveres, insumos, electrodoméstico, etcétera) que las comunidades
nayeras necesitan.
A
las 7 y 30 de la mañana arrancaron los arrieros con las maletas, vivieres,
chirrincho, lana, pinturas e insumos necesarios para la conmemoración de la
masacre. Asimismo, partió la delegación, unos a lomo de mula y otros a pie por
ese camino de herradura que, entre troncos, piedras, peñascos y barro, tantas
historias guarda.
En
el transcurso del camino, pude evidenciar que muchas de las historias que se
cuentan sobre el camino de El Naya eran verdaderas. Nos fuimos internando
lentamente en sus selvas. al principio un camino de troncos de madera
atravesados que funcionaban como escaleras, pero que por el agua y el barro se
ponen lisas y hacen resbalar las herraduras de las mulas.
Después
de un tiempo, los troncos de madera desaparecieron del camino y empezaron
largos tramos en los que solo había barro y un pequeño trazo por los barrancos
para las personas que pasan a pie y que, en caso de caer, quedarían enterrados
hasta las rodillas. En otros tramos como Piedra Lisa, era difícil no sentir
miedo, unas piedras gigantes, húmedas y muy empinadas sobre las cuales el paso
de las mulas por años había dejado huella permanente, la de su casco y era la
única forma de pasar, con el riesgo latente de resbalar y caer al abismo.
Otros
tramos famosos entre la gente que conoce El Naya son las lomas “La Fatigosa” y
“La Pálida”, que se destacan por ser tramos del camino casi verticales, por los
cuales las personas y las mulas prácticamente deben escalar y en caso tal de
resbalar fácilmente acabarían con la vida. Uno a uno los fuimos superando.
Durante
ese largo, complicado, pero lindo camino era válido preguntarse ¿qué tiene El Naya
que enamora a la gente?, ¿por qué las personas realizan tal cruzada con tal de
llegar a este territorio? Pero, El paisaje fue la primera puntada de esta
respuesta, ver como de entre las montañas emerge
el “Cerro Azul”, un espacio de vida; verse rodeado de selvas verdes y vírgenes
que solo han sido penetradas por ese camino; ver cómo el agua se desprende de
las montañas en enormes abismos formado majestuosas cascadas; ver como la luna
menguante se despedía de nosotros en el horizonte de las montañas y selvas que
se extienden hasta el océano Pacífico.
Durante
el camino se encuentran varios ranchos aislados, que funcionan como
restaurante, tienda, cafetería, minutos e internet (vía satelital). En otro de
los ranchos se puede conseguir chicha de maíz, otros simplemente abandonados, y
en la mayoría hay tinas grandes llenas de agua para las mulas que entran y
salen de El Naya.
En
varias ocasiones nos encontramos con arrieros que iban de salida; en un común
acuerdo del camino, el arriero que lleva menos mulas debe devolverse hasta un
punto en el que pueda dar paso al arriero que lleve más mulas. Estos arrieros
pasan, casi que decorando el camino con un “hijueputa” y unos latigazos a las
mulas, para aligerar el camino.
Eran
las 3 de la tarde y seguíamos en el camino, algunos compañeros cansados se
veían obligados a bajarse de las mulas y a caminar en algunos trayectos para
descansar, ellos y las mulas. Empezamos a notar que las selvas ya no eran
vírgenes, habían cultivos y al fondo vimos un caserío: “La Playa”. Aunque ese
no era nuestro sitio de llegada, hizo que más de uno suspirara.
Solo
un poco más adelante se sintió un aire fresco, una sensación de tranquilidad; y
es esa que produce ver la guardia indígena Kiwe Thegnas al borde del camino
haciendo control territorial, ayudando a la delegada del Centro Nacional de
Memoria Histórica que había quedado enterrada en medio del barro.
Después
se tornó la situación algo más confusa: 20 metros más delante de la guardia
estaban los soldados del Ejército Nacional. Pero entre todo esto, había algo
que nos hacía sentir como en casa: Una Wipala
ondeándose en un filo llamado “Palo Solo” y un chumbe grande que en medio
la simbología heredada de nuestros mayores Nasa decía “Cabildo Indígena de Pico
de Oro”.
Si
bien los Kiwe Thegnas de este cabildo
tenían el entusiasmo y las ganas de ayudar como cualquier guardia, se notaba
cierto recelo para hablar con las personas que íbamos llegando. Fue la
gobernadora de ese cabildo que se encontraba haciendo control territorial quien
explicó la complejidad del orden público de la región. Una situación que
sinceramente, no alcance a dimensionar ni siquiera en una pequeña escala.
El
gobierno nacional había tomado la decisión de ejecutar el Plan “Atalanta” que
consistía en militarizar El Naya por tres meses, bajo el pretexto de confrontar
el grupo armado “Fuerzas unidas del pacífico”. Esta decisión fue aprobada por
un Consejo Comunitario de Comunidades Negras del Naya y sin la concertación de
las autoridades indígenas de la región, porque como lo manifiesta el Ne’j we’sx Juan Carlos: “Al Naya no lo
pueden dividir en Cauca y Valle, El Naya debe ser tratado como una región en
conjunto”.
Gracias
a la intervención de las autoridades indígenas, se da un acuerdo: “El ejercito
verificará que en los cabildos indígenas no hay presencia de este grupo armado”
según el Ne’j we’sx; el plazo había
empezado el 30 de julio, por ello había cierto nivel de “cooperación” entre la
guardia y el ejército, pero cada uno desde su posición.
Una
hora más adelante, empezamos a encontrarnos con casas a la orilla del camino,
una iglesia cristiana, después un restaurante y varias casas más, dos
discotecas, billares, almacenes de ropa y tiendas, pasamos del camino de tierra
y barro, al cemento; estábamos en Río Mina después de 9 horas.
Kiwe Thegnas niños,
jóvenes y mayores se acercaron a saludar la delegación con aguapanela y chicha.
La comunidad en general salió a recibir la visita, como quien espera a alguien
ansiosamente. Era gratificante ver la sonrisa de la gente, la alegría y el
espíritu de solidaridad con los que llegaron cansados; era una puntada más,
para entender el amor de la gente por El Naya.
Mientras
descansábamos y en medio de varias conversaciones, pude dimensionar un poco más
la magnitud que ha dejado el conflicto armado en ese territorio: dos mujeres
contaban cómo desde hace varias horas estaban esperando, a nosotros y al
Ejército; la noche anterior llegó una falsa alarma: “El Ejército viene bajando
al caserío”, ante ese rumor, el pueblo quedó solo, la gente salió corriendo con
mucho miedo hacia sus casas.
Con
ese primer encuentro con la comunidad de Río Mina nos dábamos cuenta que en esa
zona de El Naya se estaban gestando y fortaleciendo procesos de resistencia muy
bonitos cómo el cabildo y la guardia; pero también notamos que, gracias al
olvido estatal durante tantos años, la comunidad Nayera ha visto el cultivo de
la coca como medio de subsistencia; y es en esta mata en la que se basa gran
parte de la economía de la región.
Otras
problemáticas como la prostitución no han sido ajenas a este territorio y fue
esta la que me ayudó a comprender aún más la dimensión de la problemática: en
el momento en que llegó el rumor a la comunidad, las prostitutas que se
encontraban en una de las discotecas -contaba una de las mujeres-: “salieron
llorando para sus habitaciones, armaron maletas e incluso pensaron en salir
corriendo monte arriba”.
¿Por
qué tanto miedo? Esta escena fue fundamental para comprender la magnitud del
daño que dejó la masacre en el año 2001. Primero pasó el Ejército, haciendo
inteligencia, reconociendo el territorio, una situación muy similar a la del
momento; paso seguido, llegaron las AUC, grupo paramilitar que ejecutó la
masacre. Por ello, mecanismos de defensa territorial como la guardia son
fundamentales.
El
viernes 3 de agosto a las 9:00 am se tenía planeado dar inicio al evento. Eran
las 6 de la mañana y después de una noche lluviosa, la gente se disponía a
asistir al evento; si bien aún faltaban 3 horas, la mayoría de las comunidades
viven en caseríos lejanos y para llega a Río Mina deben recorrer largos
caminos.
La
gente de Río Mina a esa hora ya se preparaba para empezar a recibir la visita;
la alimentación, el sonido, la seguridad y todo lo correspondiente con la
logística del evento. Un grito se escuchaba desde la cancha de futbol: “¡El
periodista, el periodista!”, era la Guardia Indígena que querían que los
acompañara en la formación e instrucción; pero, más allá de que les tomaran
fotos o los entrevistaran, lo que en realidad pedían y querían era que se
contara a la gente de afuera de El Naya mediante el lente y los micrófonos que
esta región también era bonita, que tenía muchos encantos, que no era solo coca
y grupos armados.
Los
Kiwe Thegnas querían que se
visibilizara su proceso de resistencia, que no por el hecho de surgir de en
medio de las selvas donde la mata de coca tiene gran protagonismo, es menos
digno que el proceso de resistencia que llevan las comunidades liberadoras de
la madre tierra en el norte del Cauca frente al gran capital, o la guardia
indígena que se arma de coraje para ejercer control territorial frente a los
grupos armados en los territorios.
Cerca
de 40 guardias; niños desde los 8 años de edad, nacidos en El Naya y con su
ombligo ligado a estas montañas; jóvenes, algunos de ellos de afuera, llegados
a estas montañas por diferentes situaciones económicas, familiares y
territoriales, pero que aun así aprendieron a sentir y defender esta tierra
como si fuera suya; mayores, muchos de ellos curtidos por la mancha del
conflicto armado, salpicados por la falta de oportunidades laborales y marcados
por haber vivido la masacre de El Naya y todo lo que trajo consigo, en carne
propia; pero con las mismas ganas de luchar como los niños.
Todos
ellos portaban con orgullo su bastón de mando con el que ejercen autonomía
territorial, una pañoleta roja y verde y el logo del Consejo Regional Indígena
del Caca CRIC Y el distintivo chaleco azul de la guardia de la Cxhab Wala Kiwe que en su espalda lleva el nombre “Kiwe Thegnas”, una chonta y un chumbe
característico de nuestro pueblo, que forman el marco de nuestro territorio Cxhab Wala Kiwe, que nace en el nevado
del Wila, ese mismo que nos dejó
nuestro abuelo Tama y que se extiende hasta las montañas del Naya.
Estos
guerreros milenarios tenían algo particular. En sus rostros se notaba su
compromiso con cada una de las instrucciones que daba el coordinador; se notaba
su pasión y amor por defender El Naya, “por la raza, por la tierra” como dice
el himno de la guardia, el cual horas después coreaban con un orgullo notable.
Cabe
anotar que, si bien cómo lo manifiesta Herinaldi Labio, gobernador suplente del
Cabildo Indígena Paez del Alto Naya, la organización de las comunidades
indígenas de esta región surge en el año 1993 con el objetivo de legalizar y
constituir los territorios, fue solo hasta la salida de las FARC del escenario
del conflicto armado entre el 2016 y 2017 cuando procesos como la guardia
indígena pudieron tomar fuerza; ya que diferentes grupos armados desarmonizaron
el territorio con asesinatos como los ocurridos en el 11 de diciembre del 2000
del gobernador Elías Tróchez, quien denunció que El Naya iba a ser intervenido
por los Paramilitares, o la misma masacre de El Naya.
A
las 9:00 de la mañana empezaron a llegar las diferentes delegaciones. La
primera se pudo ver al final de la calle; niños de la Institución Educativa
Alto Naya vestidos con un uniforme que combinaba buzo azul cielo, sudadera azul
oscuro, botas de caucho negras y en sus manos ondeando banderas blancas con la
palabra “Paz”. Encabezando, una cartelera con un mensaje muy claro “Si no
tenemos paz en dentro de nosotros, de nada sirve buscarla afuera”.
Como
todo buen nayero, ese que conoce las tradiciones y costumbres de la región,
esas que nosotros ignoramos a la hora de llegar, cada uno de los niños paró a
la entrada del caserío a limpiar el barro de sus botas, porque es el modo en
que se hacen las cosas en esta región tan apartada. Seguido de ellos, fueron
llegando otras instituciones educativas como “Heriberto Trochez, La Playa” y
demás comunidades de sectores aledaños.
El
evento inició con el saludo de las autoridades locales, presidente de la Junta
de Acción Comunal, autoridades de los otros cabildos vecinos, líderes comunales
y las delegaciones. Pero fue vital que el evento se abriera con la
participación de las comunidades cristianas y su pastor; que en medio de
mensajes y reflexiones bíblicas dio una que es necesario destacar: “Soy
evangélico, pero aquí la necesidad es una sola, sacar al Naya adelante”.
Para
seguir con el evento, se hizo un recuento histórico de El Naya, de su historia
contada antes y después de la masacre. Pero hubo un recuento que hicieron dos
mayores por fuera del evento y que merece ser contada; dos hermanos quienes,
aunque no son nacidos de este territorio, desde niños lo han habitado, lo
conocen y es una parte de la historia que muy pocos conocen: El Naya antes y
después de la coca.
La
historia empieza con un nombre: “Pacho Bisconda”, la primera persona que según
los mayores entró al Naya por la vía Jamundí - Villa Colombia - Naya, seguido
de Rafael Valencia y los Ramos. Uno de ellos recuerda qué a los 13 años entró a
esta región y fue su abuelo quien lo trajo.
- “El plátano se daba muy bueno, todo”.
- “El ganado, la lechería; en ese tiempo
había mucho ganado aquí. Uno con cualquier pedacito de potrero tenía 4 o 5
reses, sin necesidad de cambiarlo. Ahorita no, ahorita con nada se acaba”.
- “La yuca, eso que le dicen malanga,
eso se daba botado, entonces uno se enamoró de estas tierras”.
De
igual forma, cuentan como en esos tiempos la comunidad se unió y abrió a punta
de pica y pala el camino, que no era por donde ahora pasa, sino que era por
puros filos y ellos desde su juventud entraban con tres arrobas de remesa.
Describen el camino actual como “una autopista”.
Uno
de los productos que más se cultivaba en esas épocas era el cacao (planta que
hoy en día poco se encuentra en estas tierras). Cuentan los mayores, como era
un viacrucis sacar dos arrobas y media de cacao al hombro hasta Timba y
devolverse con la sal para el ganado.
Por
la difícil condición de acceso a la región, la comunidad tuvo que empezar a
sembrar la coca, primero en pequeña escala, pero como si fuera un virus, la
gente se fue contagiando y extendiendo el cultivo a grandes tajos.
- Yo estaba por ahí, cuando recién entró
las FARC, fueron los primeritos que entraron. Bajó un comandante, la gente
estaba sembrando de la pajarita (variedad de coca) y dijo: “No, a mí sino me
gusta que siembren coca, porque eso se les va a dañar, ustedes consiguen la
plata, pero ahí viene mucha matanza (…), empiezan
ustedes a matarse por nada (…)” Se
llamaba Gran Noble ese comandante. Y es verdad, después de que se pusieron a
sembrar coca eso hubo un tiempo que mataron mucha gente por acá.
Los
mayores manifiestan que ante la falta de alternativas, las comunidades tuvieron
que seguir cultivando la coca, ya que en ese tiempo era muy bien paga.
- Mire que los que mascaban en ese
tiempo, dejaron de mascarla para venderla. Ya comenzamos a recibir la platica (…); por eso se fue acabando el ganado,
se acabó todo; ya fue entrando más gente, el camino se fue arreglando.
-
Entraron fue coqueros y eso se fue plagando
como se dice.
A
partir de ese hecho, muchas personas llegaron a poblar y a habitar esta región;
y si bien las personas todas eran llegadas de afuera, con el tiempo fueron
construyendo casas, familias y una nueva generación nació ya con su ombligo enraizado
a este territorio.
Si
bien la coca empezó a tener cierto auge, hubo un impulso clave que, según este
par de mayores quienes conocían muy bien la historia y que hablaban
complementándose el uno al otro, para que este cultivo terminara por enraizar
en El Naya fue el paso de una plaga en los cultivos de cacao, que terminó por
echar tierra a las ganas de la gente salir adelante con cultivos lícitos.
Con
esto, también inició el Gobierno Nacional a mostrar interés por esta región,
biodiversa, rica en fauna, flora y recursos naturales. Empezaron a hacer
estudios y exploraciones por medio del pie de fuerza militar y expertos en
diversos temas, tal como se hace ahora y como lo narra uno de los mayores en
épocas pasadas:
Cuando
mi abuelo vivía ahí, yo veía que llegaron unos doctores y pues mi abuelo
hablaba y preguntaba: -¿ustedes a que vienen?, y decían: -no, nosotros venimos
a llevar unas muestras de acá, a llevar unas muestras de los ríos.
Ya
pues ellos se hicieron amigos conmigo y me llevaban, me llevaban a recoger en
un poco de chuspitas así, iban a los ríos y recogían arenita; iban empacando
así, en chuspitas, en los maletines y me hacían cargar, yo como era bueno para
cargar.
Yo
decía ¿eso para que será? Ellos me decían: -No, a nosotros nos mandaron a llevar
unas muestras de estos ríos y pues claro, ellos se llevaron las muestras de las
riquezas de los ríos.
De
esa forma y desde esos tiempos, el Estado empezó a dar un trato materialista a
la región de El Naya, a verla solo por sus riquezas, aquellas que se pueden
explotar y vender, esas que generan dinero y no por su gente, por sus
necesidades, por su diversidad cultural.
De
este olvido estatal, los cultivos de uso ilícito y los grupos armados, se fue
abonando la semilla que brotó el 11 de abril del 2001 con la masacre, esa que
18 años después la gente no olvida, que la siente como si fuera ayer; ese día
del que muchos familiares de las víctimas de la masacre aun residentes en la
región no quieren hablar, porque siguen amenazados, porque cualquier señalamiento
que hagan o declaración que den los puede convertir en objetivo militar de
grupos armados paramilitares y al margen de la ley; esa misma estrategia de
asesinatos selectivos a líderes sociales que en este momento está azotando el
país.
Esta conmemoración
fue un espacio pensado desde la comunidad, apoyado por el Centro Nacional de
Memoria Histórica y la Cxhab Wala Kiwe
para dar la voz a parte de las víctimas que por la lejanía no han sido
escuchadas, esas víctimas por las que han hablado otras personas en audiencias
públicas en Santander de Quilichao, en Popayán, en Timbío, que también son
víctimas pero que no representan la totalidad.
Pero en este
espacio y por la situación de presencia de la fuerza pública anteriormente
mencionada, las víctimas no pudieron hablar; solamente un comunero,
sobreviviente de la masacre narró los hechos, bajo la seguridad prestada por la
guardia indígena, este tomó el micrófono y la comunidad hizo silencio, todos
escucharon:
Nosotros
estábamos en alerta que esa gente estaba afuera, para Timba, Suárez, Buenos
Aires; toda estaba regada. De pronto se fueron subiendo hasta que llegaron a La
Esperanza y nosotros con esa zozobra que ya se venían para acá; hasta que
lograron el objetivo y se entraron.
Estábamos
en la vereda, preparándonos porque era Semana Santa, cuando uno del grupo del
ELN que salía, le decían “Alias Cepillo”, él alcanzó a ver gente en una curva y
se devolvió, se alcanzó a volar y nos trajo la noticia (…)
En
ese entonces nosotros todos atemorizados, unos querían coger pal monte otros a
volarse y dejar la vereda sola, yo les decía: -no ¿por qué?, reunámonos, ¿cómo
se van a ir?, no nos vamos, nosotros no hemos matado a nadie. Nos reunimos en
una casa y se cruzaban las balas para allá y para acá; nos hablamos, nos fuimos
a la cancha y sacábamos cobijas, sábanas blancas, todo lo que es blanco.
En
ese entonces, ya a esperarlos, cuando bajaron por aquí, bajaron apuntándonos
con esos fusiles, asustados pensando que nos iban a rafaguiar allá. Esos manes
se fueron y al momentico bajó un niño a avisarnos que subiéramos, que nos
necesitaba para reunirnos en el crucero.
Nosotros
subimos, nos reunimos y nos dijo: - ¿Aquí qué?, ¿díganme quienes son los de la
Junta?, ¿hay milicianos, guerrilleros? ¡Después de que pasen de aquí, son
objetivo militar!
Se
presentaron los de la junta y ¿quién iba a decir que era miliciano? Si no
habían. El man nos dijo cómo era, quiénes eran y qué venían a hacer y todo.
Nosotros en el momentico no teníamos palabras para responder, ¿porque quién iba
a responder en ese momento?, era muy raro el que sacara palabras en ese
momento.
El
comandante nos dijo: -Yo tengo dos tetas, una de leche y una de sangre; en el
momento tengo una de leche, así que el que sea miliciano. Que comentáramos. Ahí
no había nadie de esa gente. Él nos dio una instrucción y nos dijo que nos daba
plazo, tanto tiempo.
Un
compañero pidió el permiso para ir sacar sus documentos y su maleta ahí a la
finquita, donde doña Julia y no lo dejaron; lo arrodillaron ahí y nos lo
mataron en frente; nos soltaron una ráfaga y que nos daban 15 minutos y de ahí
en adelante, todos eran objetivo militar.
En
ese momento arrancamos de ahí pa acá, en ese tajo de don Henry; como terneros
cuartos con la cola levantada, el uno pa allá, el otro pa acá; asustados
llegamos aquí, unos andaban en chanclas, imprevisto todo; y como llegamos y
como estábamos nos tocó que salir, de aquí pa arriba.
Todo
mundo de aquí pa arriba a pie, sin bestias, sin nada que bogar y nada que comer
en esa trocha. En ese tiempo eran muy escasos los restaurantes, había unos 2 o
3; y no había donde uno ir a comprar nada y con esa gente por ahí, estaban los
ranchos solos. Mujeres en embarazo, descalzos, así salimos.
Mientras la
caravana de la muerte organizada por “los paras” avanzaba hacia las
profundidades de El Naya, como este sobreviviente, muchas otras personas vieron
cómo estos asesinos con lista en mano decían quien vivía y quien moría. Durante
el camino se cruzaron muchas balas y mientras los nayeros gateaban por el camino,
con ganas de que esto terminara pronto, iban viendo amigos y vecinos tirados a
las orillas del camino.
“Muchachos, se
nos van pasando los que llevamos en lista, atájenlos”, escuchaba la gente en el
camino, mientras corrían por sus vidas. Perdieron la cuenta de cuantos
cadáveres encontraron. Con hambre, mojados, en medio del barro y del miedo, la
gente tuvo que pasar la noche. Este compañero relata que no paraban de pensar
en la comunidad que había quedado en el caserío, en cuántos habían matado.
Pensando en si más arriba iban a encontrar más paramilitares. Esa es tan solo
una pequeña parte de la historia que guarda ese imponente camino al Naya.
Como homenaje a
los 19 muertos reconocidos por el Estado (hay personas que solo se sabe que
iban saliendo, nunca se encontraron sus cuerpos, se cree que fueron arrojados
al río, o por los desfiladeros que se encuentran en el camino); se realizó un
homenaje resaltando las expresiones artísticas y culturales de la comunidad con
rituales de armonización, danzas, pintura, poesía, música, tejidos, todo lo que
inspirara alegría y un grito que esperanza, que cómo dijo una de las víctimas:
“Que se escuche de aquí a Tacueyó”: VIVA LA VIDA.
De la misma
forma, se pintaron 19 piedras, una por cada uno de los compañeros caídos en
esta masacre y se tiene planeado la construcción de un parque en Río Mina, que
como centro va a tener un mural con estas piedras, para recordarle a los
nayeros que hubo gente que murió en esa tierra, pero que no es motivo para
abandonar, es motivos para resistir, seguir trabajando, seguir luchando y que
es posible sacar adelante la región.
Otra de las
reflexiones importantes de esta conmemoración es la necesidad de que el Estado
no siga omitiendo su responsabilidad, que se acerque, que facilite la
construcción de una vía de acceso que pueda permitir a esta región aislada,
articularse al país. Pero primero lo primero, manifiestan las autoridades,
“antes que nos hagan la carretera, queremos la constitución de nuestros
resguardos indígenas, para que no nos vengan a robar, para poder defender El
Naya”.
De
esa forma y con algunas otras experiencias conocimos la complejidad del Naya,
la validez de que “las cosas buenas cuestan, pero valen la pena”, y el Naya
vale la pena; ese territorio tan bonito, tan amañador, la calidez de su gente,
sus colores, sus olores, sus sabores, sus sonidos, sus majestuosos ríos, su
resistencia.
Por: Tejido
de comunicaciones para la verdad y la vida de la Cxhab Wala Kiwe
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