sábado, 18 de agosto de 2018

El Naya: caminando la vida y la memoria



Nuestro cacique Juan Tama fue quien delimitó el territorio del pueblo Nasa. Cuentan los mayores que subió a la cima del nevado del Wila y según su sentir, marcó el territorio Nasa y nos dio la orientación de defender esas tierras. En ese sentido nuestros mayores orientan que “hay que conocer el territorio para poder defenderlo” y en esta crónica vamos a conocer el territorio ancestral llamado El Naya.

El III congreso de la Cxhab Wala Kiwe (Territorio del gran pueblo) realizado en el año 2017 en el resguardo indígena de Toez, la comunidad dio una orientación: “acompañar las 21 comunidades filiales a nuestra organización y los 7 planes de vida, esto con el objetivo de descentralizar y hacer un trabajo desde la base”.

Dentro de nuestra organización hay tres cabildos filiales que convergen en una misma problemática y es el difícil acceso. El cabildo indígena del Playón, Cabildo Indígena Nasa de Sinahí. Ubicados en una de las zonas de más complejo acceso de nuestro país, entre las selvas de la costa pacífica caucana y valle caucana.

Eran las 3:30 am del jueves 2 de agosto del 2018 cuando empezaron a llegar a la oficina central de la Cxhab Wala Kiwe en el municipio de Santander de Quilichao, los delegados de cada uno de los tejidos, preparados para dirigirnos rumbo a uno de estos territorios: El Playón, específicamente al caserío de Río Mina.

Esta delegación estaba encabezada por el Thu´thenas Manuel Liz, un Thë’ Wala (médico tradicional), la coordinadora del programa Mujer Celia Umenza, delegados de los tejidos de Educación, Salud, Comunicaciones, el Movimiento Juvenil Álvaro Ulcué, el área de Planeación y la Unidad Administrativa. También dos autoridades Ne’j we’sx del cabildo indígena de El Playón, caserío de Rio Mina y miembros del Centro Nacional de Memoria Histórica.


El objetivo de esta visita era claro: hacer acompañamiento a la “conmemoración de la masacre del Naya” ocurrida el día 11 de abril del año 2001; fecha en la que mientras en Popayán, capital caucana; miles de personas marchaban en las procesiones de Semana Santa, en El Naya marchaba la procesión de la muerte, conformada por los paramilitares del Bloque Calima de las Autodefensas Unidas de Colombia AUC quienes masacraron a 19 personas según cifras oficiales; pero según la comunidad del Naya, fueron más de 100 personas.

Si bien la fecha de esta conmemoración no corresponde con la fecha de la masacre, había algo fundamental en este evento: después de 17 años, esta era la primera vez que se conmemoraba en El Naya, donde ocurrió la masacre. Esto, por las condiciones complejas que hay para acceder a este territorio, unido a la manifiesta negligencia del Estado en reconocer sus profundas responsabilidades en el desarrollo de las acciones de muerte del paramilitarismo en Colombia”.


A las 4:00 am, la delegación con un total de 18 personas, partió en camionetas hacia la entrada al Naya. Primero, recorriendo por vía pavimentada, cruzando el río Cauca hasta Timba; a partir de ahí, carretera destapada que abandona el valle geográfico del río Cauca y sube por las montañas de la cordillera occidental, así, hasta llegar a clima frío, a un caserío en medio del bosque llamado “El campamento” a eso de las 7:00 am.

Este es el punto donde inicia el camino hacia El Naya, hasta ahí llega la carretera. En El Campamento o El Despunte, como lo conoce la gente, un sitio tan alejado; se dibuja un paisaje particular: casas hechas de madera y que prestan servicios como: almacenes de ropa, insumos agrícolas y pecuarios, víveres, restaurantes, cantinas, internet y telefonía.

Ahí hay algo que llama la atención. La gran cantidad de pesebreras en las que descansan y se alimentan las mulas, que según el Ne’j we’sx Juan Carlos Samboní: “son más de 3.000 en todo El Naya”. Estas, en grupos guiados por un arriero, sirven para transportar personas y la carga (víveres, insumos, electrodoméstico, etcétera) que las comunidades nayeras necesitan.

A las 7 y 30 de la mañana arrancaron los arrieros con las maletas, vivieres, chirrincho, lana, pinturas e insumos necesarios para la conmemoración de la masacre. Asimismo, partió la delegación, unos a lomo de mula y otros a pie por ese camino de herradura que, entre troncos, piedras, peñascos y barro, tantas historias guarda.


En el transcurso del camino, pude evidenciar que muchas de las historias que se cuentan sobre el camino de El Naya eran verdaderas. Nos fuimos internando lentamente en sus selvas. al principio un camino de troncos de madera atravesados que funcionaban como escaleras, pero que por el agua y el barro se ponen lisas y hacen resbalar las herraduras de las mulas.

Después de un tiempo, los troncos de madera desaparecieron del camino y empezaron largos tramos en los que solo había barro y un pequeño trazo por los barrancos para las personas que pasan a pie y que, en caso de caer, quedarían enterrados hasta las rodillas. En otros tramos como Piedra Lisa, era difícil no sentir miedo, unas piedras gigantes, húmedas y muy empinadas sobre las cuales el paso de las mulas por años había dejado huella permanente, la de su casco y era la única forma de pasar, con el riesgo latente de resbalar y caer al abismo.

Otros tramos famosos entre la gente que conoce El Naya son las lomas “La Fatigosa” y “La Pálida”, que se destacan por ser tramos del camino casi verticales, por los cuales las personas y las mulas prácticamente deben escalar y en caso tal de resbalar fácilmente acabarían con la vida. Uno a uno los fuimos superando.

Durante ese largo, complicado, pero lindo camino era válido preguntarse ¿qué tiene El Naya que enamora a la gente?, ¿por qué las personas realizan tal cruzada con tal de llegar a este territorio? Pero, El paisaje fue la primera puntada de esta respuesta, ver como de entre las montañas emerge el “Cerro Azul”, un espacio de vida; verse rodeado de selvas verdes y vírgenes que solo han sido penetradas por ese camino; ver cómo el agua se desprende de las montañas en enormes abismos formado majestuosas cascadas; ver como la luna menguante se despedía de nosotros en el horizonte de las montañas y selvas que se extienden hasta el océano Pacífico.


Durante el camino se encuentran varios ranchos aislados, que funcionan como restaurante, tienda, cafetería, minutos e internet (vía satelital). En otro de los ranchos se puede conseguir chicha de maíz, otros simplemente abandonados, y en la mayoría hay tinas grandes llenas de agua para las mulas que entran y salen de El Naya.

En varias ocasiones nos encontramos con arrieros que iban de salida; en un común acuerdo del camino, el arriero que lleva menos mulas debe devolverse hasta un punto en el que pueda dar paso al arriero que lleve más mulas. Estos arrieros pasan, casi que decorando el camino con un “hijueputa” y unos latigazos a las mulas, para aligerar el camino.

Eran las 3 de la tarde y seguíamos en el camino, algunos compañeros cansados se veían obligados a bajarse de las mulas y a caminar en algunos trayectos para descansar, ellos y las mulas. Empezamos a notar que las selvas ya no eran vírgenes, habían cultivos y al fondo vimos un caserío: “La Playa”. Aunque ese no era nuestro sitio de llegada, hizo que más de uno suspirara.

Solo un poco más adelante se sintió un aire fresco, una sensación de tranquilidad; y es esa que produce ver la guardia indígena Kiwe Thegnas al borde del camino haciendo control territorial, ayudando a la delegada del Centro Nacional de Memoria Histórica que había quedado enterrada en medio del barro.

Después se tornó la situación algo más confusa: 20 metros más delante de la guardia estaban los soldados del Ejército Nacional. Pero entre todo esto, había algo que nos hacía sentir como en casa: Una Wipala ondeándose en un filo llamado “Palo Solo” y un chumbe grande que en medio la simbología heredada de nuestros mayores Nasa decía “Cabildo Indígena de Pico de Oro”.


Si bien los Kiwe Thegnas de este cabildo tenían el entusiasmo y las ganas de ayudar como cualquier guardia, se notaba cierto recelo para hablar con las personas que íbamos llegando. Fue la gobernadora de ese cabildo que se encontraba haciendo control territorial quien explicó la complejidad del orden público de la región. Una situación que sinceramente, no alcance a dimensionar ni siquiera en una pequeña escala.

El gobierno nacional había tomado la decisión de ejecutar el Plan “Atalanta” que consistía en militarizar El Naya por tres meses, bajo el pretexto de confrontar el grupo armado “Fuerzas unidas del pacífico”. Esta decisión fue aprobada por un Consejo Comunitario de Comunidades Negras del Naya y sin la concertación de las autoridades indígenas de la región, porque como lo manifiesta el Ne’j we’sx Juan Carlos: “Al Naya no lo pueden dividir en Cauca y Valle, El Naya debe ser tratado como una región en conjunto”.

Gracias a la intervención de las autoridades indígenas, se da un acuerdo: “El ejercito verificará que en los cabildos indígenas no hay presencia de este grupo armado” según el Ne’j we’sx; el plazo había empezado el 30 de julio, por ello había cierto nivel de “cooperación” entre la guardia y el ejército, pero cada uno desde su posición.

Una hora más adelante, empezamos a encontrarnos con casas a la orilla del camino, una iglesia cristiana, después un restaurante y varias casas más, dos discotecas, billares, almacenes de ropa y tiendas, pasamos del camino de tierra y barro, al cemento; estábamos en Río Mina después de 9 horas.

Kiwe Thegnas niños, jóvenes y mayores se acercaron a saludar la delegación con aguapanela y chicha. La comunidad en general salió a recibir la visita, como quien espera a alguien ansiosamente. Era gratificante ver la sonrisa de la gente, la alegría y el espíritu de solidaridad con los que llegaron cansados; era una puntada más, para entender el amor de la gente por El Naya.

Mientras descansábamos y en medio de varias conversaciones, pude dimensionar un poco más la magnitud que ha dejado el conflicto armado en ese territorio: dos mujeres contaban cómo desde hace varias horas estaban esperando, a nosotros y al Ejército; la noche anterior llegó una falsa alarma: “El Ejército viene bajando al caserío”, ante ese rumor, el pueblo quedó solo, la gente salió corriendo con mucho miedo hacia sus casas.



Con ese primer encuentro con la comunidad de Río Mina nos dábamos cuenta que en esa zona de El Naya se estaban gestando y fortaleciendo procesos de resistencia muy bonitos cómo el cabildo y la guardia; pero también notamos que, gracias al olvido estatal durante tantos años, la comunidad Nayera ha visto el cultivo de la coca como medio de subsistencia; y es en esta mata en la que se basa gran parte de la economía de la región.

Otras problemáticas como la prostitución no han sido ajenas a este territorio y fue esta la que me ayudó a comprender aún más la dimensión de la problemática: en el momento en que llegó el rumor a la comunidad, las prostitutas que se encontraban en una de las discotecas -contaba una de las mujeres-: “salieron llorando para sus habitaciones, armaron maletas e incluso pensaron en salir corriendo monte arriba”.

¿Por qué tanto miedo? Esta escena fue fundamental para comprender la magnitud del daño que dejó la masacre en el año 2001. Primero pasó el Ejército, haciendo inteligencia, reconociendo el territorio, una situación muy similar a la del momento; paso seguido, llegaron las AUC, grupo paramilitar que ejecutó la masacre. Por ello, mecanismos de defensa territorial como la guardia son fundamentales.
El viernes 3 de agosto a las 9:00 am se tenía planeado dar inicio al evento. Eran las 6 de la mañana y después de una noche lluviosa, la gente se disponía a asistir al evento; si bien aún faltaban 3 horas, la mayoría de las comunidades viven en caseríos lejanos y para llega a Río Mina deben recorrer largos caminos.

La gente de Río Mina a esa hora ya se preparaba para empezar a recibir la visita; la alimentación, el sonido, la seguridad y todo lo correspondiente con la logística del evento. Un grito se escuchaba desde la cancha de futbol: “¡El periodista, el periodista!”, era la Guardia Indígena que querían que los acompañara en la formación e instrucción; pero, más allá de que les tomaran fotos o los entrevistaran, lo que en realidad pedían y querían era que se contara a la gente de afuera de El Naya mediante el lente y los micrófonos que esta región también era bonita, que tenía muchos encantos, que no era solo coca y grupos armados.

Los Kiwe Thegnas querían que se visibilizara su proceso de resistencia, que no por el hecho de surgir de en medio de las selvas donde la mata de coca tiene gran protagonismo, es menos digno que el proceso de resistencia que llevan las comunidades liberadoras de la madre tierra en el norte del Cauca frente al gran capital, o la guardia indígena que se arma de coraje para ejercer control territorial frente a los grupos armados en los territorios.



Cerca de 40 guardias; niños desde los 8 años de edad, nacidos en El Naya y con su ombligo ligado a estas montañas; jóvenes, algunos de ellos de afuera, llegados a estas montañas por diferentes situaciones económicas, familiares y territoriales, pero que aun así aprendieron a sentir y defender esta tierra como si fuera suya; mayores, muchos de ellos curtidos por la mancha del conflicto armado, salpicados por la falta de oportunidades laborales y marcados por haber vivido la masacre de El Naya y todo lo que trajo consigo, en carne propia; pero con las mismas ganas de luchar como los niños.

Todos ellos portaban con orgullo su bastón de mando con el que ejercen autonomía territorial, una pañoleta roja y verde y el logo del Consejo Regional Indígena del Caca CRIC Y el distintivo chaleco azul de la guardia de la Cxhab Wala Kiwe  que en su espalda lleva el nombre “Kiwe Thegnas”, una chonta y un chumbe característico de nuestro pueblo, que forman el marco de nuestro territorio Cxhab Wala Kiwe, que nace en el nevado del Wila, ese mismo que nos dejó nuestro abuelo Tama y que se extiende hasta las montañas del Naya.

Estos guerreros milenarios tenían algo particular. En sus rostros se notaba su compromiso con cada una de las instrucciones que daba el coordinador; se notaba su pasión y amor por defender El Naya, “por la raza, por la tierra” como dice el himno de la guardia, el cual horas después coreaban con un orgullo notable.

Cabe anotar que, si bien cómo lo manifiesta Herinaldi Labio, gobernador suplente del Cabildo Indígena Paez del Alto Naya, la organización de las comunidades indígenas de esta región surge en el año 1993 con el objetivo de legalizar y constituir los territorios, fue solo hasta la salida de las FARC del escenario del conflicto armado entre el 2016 y 2017 cuando procesos como la guardia indígena pudieron tomar fuerza; ya que diferentes grupos armados desarmonizaron el territorio con asesinatos como los ocurridos en el 11 de diciembre del 2000 del gobernador Elías Tróchez, quien denunció que El Naya iba a ser intervenido por los Paramilitares, o la misma masacre de El Naya.

A las 9:00 de la mañana empezaron a llegar las diferentes delegaciones. La primera se pudo ver al final de la calle; niños de la Institución Educativa Alto Naya vestidos con un uniforme que combinaba buzo azul cielo, sudadera azul oscuro, botas de caucho negras y en sus manos ondeando banderas blancas con la palabra “Paz”. Encabezando, una cartelera con un mensaje muy claro “Si no tenemos paz en dentro de nosotros, de nada sirve buscarla afuera”.



Como todo buen nayero, ese que conoce las tradiciones y costumbres de la región, esas que nosotros ignoramos a la hora de llegar, cada uno de los niños paró a la entrada del caserío a limpiar el barro de sus botas, porque es el modo en que se hacen las cosas en esta región tan apartada. Seguido de ellos, fueron llegando otras instituciones educativas como “Heriberto Trochez, La Playa” y demás comunidades de sectores aledaños.

El evento inició con el saludo de las autoridades locales, presidente de la Junta de Acción Comunal, autoridades de los otros cabildos vecinos, líderes comunales y las delegaciones. Pero fue vital que el evento se abriera con la participación de las comunidades cristianas y su pastor; que en medio de mensajes y reflexiones bíblicas dio una que es necesario destacar: “Soy evangélico, pero aquí la necesidad es una sola, sacar al Naya adelante”.



Para seguir con el evento, se hizo un recuento histórico de El Naya, de su historia contada antes y después de la masacre. Pero hubo un recuento que hicieron dos mayores por fuera del evento y que merece ser contada; dos hermanos quienes, aunque no son nacidos de este territorio, desde niños lo han habitado, lo conocen y es una parte de la historia que muy pocos conocen: El Naya antes y después de la coca.

La historia empieza con un nombre: “Pacho Bisconda”, la primera persona que según los mayores entró al Naya por la vía Jamundí - Villa Colombia - Naya, seguido de Rafael Valencia y los Ramos. Uno de ellos recuerda qué a los 13 años entró a esta región y fue su abuelo quien lo trajo.
-        “El plátano se daba muy bueno, todo”.
-       “El ganado, la lechería; en ese tiempo había mucho ganado aquí. Uno con cualquier pedacito de potrero tenía 4 o 5 reses, sin necesidad de cambiarlo. Ahorita no, ahorita con nada se acaba”.
-       “La yuca, eso que le dicen malanga, eso se daba botado, entonces uno se enamoró de estas tierras”.
De igual forma, cuentan como en esos tiempos la comunidad se unió y abrió a punta de pica y pala el camino, que no era por donde ahora pasa, sino que era por puros filos y ellos desde su juventud entraban con tres arrobas de remesa. Describen el camino actual como “una autopista”.

Uno de los productos que más se cultivaba en esas épocas era el cacao (planta que hoy en día poco se encuentra en estas tierras). Cuentan los mayores, como era un viacrucis sacar dos arrobas y media de cacao al hombro hasta Timba y devolverse con la sal para el ganado.
Por la difícil condición de acceso a la región, la comunidad tuvo que empezar a sembrar la coca, primero en pequeña escala, pero como si fuera un virus, la gente se fue contagiando y extendiendo el cultivo a grandes tajos.

-       Yo estaba por ahí, cuando recién entró las FARC, fueron los primeritos que entraron. Bajó un comandante, la gente estaba sembrando de la pajarita (variedad de coca) y dijo: “No, a mí sino me gusta que siembren coca, porque eso se les va a dañar, ustedes consiguen la plata, pero ahí viene mucha matanza (…), empiezan ustedes a matarse por nada (…)” Se llamaba Gran Noble ese comandante. Y es verdad, después de que se pusieron a sembrar coca eso hubo un tiempo que mataron mucha gente por acá.
Los mayores manifiestan que ante la falta de alternativas, las comunidades tuvieron que seguir cultivando la coca, ya que en ese tiempo era muy bien paga.

-     Mire que los que mascaban en ese tiempo, dejaron de mascarla para venderla. Ya comenzamos a recibir la platica (…); por eso se fue acabando el ganado, se acabó todo; ya fue entrando más gente, el camino se fue arreglando.
-          Entraron fue coqueros y eso se fue plagando como se dice.
A partir de ese hecho, muchas personas llegaron a poblar y a habitar esta región; y si bien las personas todas eran llegadas de afuera, con el tiempo fueron construyendo casas, familias y una nueva generación nació ya con su ombligo enraizado a este territorio.

Si bien la coca empezó a tener cierto auge, hubo un impulso clave que, según este par de mayores quienes conocían muy bien la historia y que hablaban complementándose el uno al otro, para que este cultivo terminara por enraizar en El Naya fue el paso de una plaga en los cultivos de cacao, que terminó por echar tierra a las ganas de la gente salir adelante con cultivos lícitos.

Con esto, también inició el Gobierno Nacional a mostrar interés por esta región, biodiversa, rica en fauna, flora y recursos naturales. Empezaron a hacer estudios y exploraciones por medio del pie de fuerza militar y expertos en diversos temas, tal como se hace ahora y como lo narra uno de los mayores en épocas pasadas:

Cuando mi abuelo vivía ahí, yo veía que llegaron unos doctores y pues mi abuelo hablaba y preguntaba: -¿ustedes a que vienen?, y decían: -no, nosotros venimos a llevar unas muestras de acá, a llevar unas muestras de los ríos.
Ya pues ellos se hicieron amigos conmigo y me llevaban, me llevaban a recoger en un poco de chuspitas así, iban a los ríos y recogían arenita; iban empacando así, en chuspitas, en los maletines y me hacían cargar, yo como era bueno para cargar.
Yo decía ¿eso para que será? Ellos me decían: -No, a nosotros nos mandaron a llevar unas muestras de estos ríos y pues claro, ellos se llevaron las muestras de las riquezas de los ríos.
De esa forma y desde esos tiempos, el Estado empezó a dar un trato materialista a la región de El Naya, a verla solo por sus riquezas, aquellas que se pueden explotar y vender, esas que generan dinero y no por su gente, por sus necesidades, por su diversidad cultural.


De este olvido estatal, los cultivos de uso ilícito y los grupos armados, se fue abonando la semilla que brotó el 11 de abril del 2001 con la masacre, esa que 18 años después la gente no olvida, que la siente como si fuera ayer; ese día del que muchos familiares de las víctimas de la masacre aun residentes en la región no quieren hablar, porque siguen amenazados, porque cualquier señalamiento que hagan o declaración que den los puede convertir en objetivo militar de grupos armados paramilitares y al margen de la ley; esa misma estrategia de asesinatos selectivos a líderes sociales que en este momento está azotando el país.

Esta conmemoración fue un espacio pensado desde la comunidad, apoyado por el Centro Nacional de Memoria Histórica y la Cxhab Wala Kiwe para dar la voz a parte de las víctimas que por la lejanía no han sido escuchadas, esas víctimas por las que han hablado otras personas en audiencias públicas en Santander de Quilichao, en Popayán, en Timbío, que también son víctimas pero que no representan la totalidad.

Pero en este espacio y por la situación de presencia de la fuerza pública anteriormente mencionada, las víctimas no pudieron hablar; solamente un comunero, sobreviviente de la masacre narró los hechos, bajo la seguridad prestada por la guardia indígena, este tomó el micrófono y la comunidad hizo silencio, todos escucharon:

Nosotros estábamos en alerta que esa gente estaba afuera, para Timba, Suárez, Buenos Aires; toda estaba regada. De pronto se fueron subiendo hasta que llegaron a La Esperanza y nosotros con esa zozobra que ya se venían para acá; hasta que lograron el objetivo y se entraron.

Estábamos en la vereda, preparándonos porque era Semana Santa, cuando uno del grupo del ELN que salía, le decían “Alias Cepillo”, él alcanzó a ver gente en una curva y se devolvió, se alcanzó a volar y nos trajo la noticia (…)

En ese entonces nosotros todos atemorizados, unos querían coger pal monte otros a volarse y dejar la vereda sola, yo les decía: -no ¿por qué?, reunámonos, ¿cómo se van a ir?, no nos vamos, nosotros no hemos matado a nadie. Nos reunimos en una casa y se cruzaban las balas para allá y para acá; nos hablamos, nos fuimos a la cancha y sacábamos cobijas, sábanas blancas, todo lo que es blanco.

En ese entonces, ya a esperarlos, cuando bajaron por aquí, bajaron apuntándonos con esos fusiles, asustados pensando que nos iban a rafaguiar allá. Esos manes se fueron y al momentico bajó un niño a avisarnos que subiéramos, que nos necesitaba para reunirnos en el crucero.

Nosotros subimos, nos reunimos y nos dijo: - ¿Aquí qué?, ¿díganme quienes son los de la Junta?, ¿hay milicianos, guerrilleros? ¡Después de que pasen de aquí, son objetivo militar!

Se presentaron los de la junta y ¿quién iba a decir que era miliciano? Si no habían. El man nos dijo cómo era, quiénes eran y qué venían a hacer y todo. Nosotros en el momentico no teníamos palabras para responder, ¿porque quién iba a responder en ese momento?, era muy raro el que sacara palabras en ese momento.

El comandante nos dijo: -Yo tengo dos tetas, una de leche y una de sangre; en el momento tengo una de leche, así que el que sea miliciano. Que comentáramos. Ahí no había nadie de esa gente. Él nos dio una instrucción y nos dijo que nos daba plazo, tanto tiempo.

Un compañero pidió el permiso para ir sacar sus documentos y su maleta ahí a la finquita, donde doña Julia y no lo dejaron; lo arrodillaron ahí y nos lo mataron en frente; nos soltaron una ráfaga y que nos daban 15 minutos y de ahí en adelante, todos eran objetivo militar.

En ese momento arrancamos de ahí pa acá, en ese tajo de don Henry; como terneros cuartos con la cola levantada, el uno pa allá, el otro pa acá; asustados llegamos aquí, unos andaban en chanclas, imprevisto todo; y como llegamos y como estábamos nos tocó que salir, de aquí pa arriba.

Todo mundo de aquí pa arriba a pie, sin bestias, sin nada que bogar y nada que comer en esa trocha. En ese tiempo eran muy escasos los restaurantes, había unos 2 o 3; y no había donde uno ir a comprar nada y con esa gente por ahí, estaban los ranchos solos. Mujeres en embarazo, descalzos, así salimos.

Mientras la caravana de la muerte organizada por “los paras” avanzaba hacia las profundidades de El Naya, como este sobreviviente, muchas otras personas vieron cómo estos asesinos con lista en mano decían quien vivía y quien moría. Durante el camino se cruzaron muchas balas y mientras los nayeros gateaban por el camino, con ganas de que esto terminara pronto, iban viendo amigos y vecinos tirados a las orillas del camino.

“Muchachos, se nos van pasando los que llevamos en lista, atájenlos”, escuchaba la gente en el camino, mientras corrían por sus vidas. Perdieron la cuenta de cuantos cadáveres encontraron. Con hambre, mojados, en medio del barro y del miedo, la gente tuvo que pasar la noche. Este compañero relata que no paraban de pensar en la comunidad que había quedado en el caserío, en cuántos habían matado. Pensando en si más arriba iban a encontrar más paramilitares. Esa es tan solo una pequeña parte de la historia que guarda ese imponente camino al Naya.

Como homenaje a los 19 muertos reconocidos por el Estado (hay personas que solo se sabe que iban saliendo, nunca se encontraron sus cuerpos, se cree que fueron arrojados al río, o por los desfiladeros que se encuentran en el camino); se realizó un homenaje resaltando las expresiones artísticas y culturales de la comunidad con rituales de armonización, danzas, pintura, poesía, música, tejidos, todo lo que inspirara alegría y un grito que esperanza, que cómo dijo una de las víctimas: “Que se escuche de aquí a Tacueyó”: VIVA LA VIDA.

De la misma forma, se pintaron 19 piedras, una por cada uno de los compañeros caídos en esta masacre y se tiene planeado la construcción de un parque en Río Mina, que como centro va a tener un mural con estas piedras, para recordarle a los nayeros que hubo gente que murió en esa tierra, pero que no es motivo para abandonar, es motivos para resistir, seguir trabajando, seguir luchando y que es posible sacar adelante la región.






Otra de las reflexiones importantes de esta conmemoración es la necesidad de que el Estado no siga omitiendo su responsabilidad, que se acerque, que facilite la construcción de una vía de acceso que pueda permitir a esta región aislada, articularse al país. Pero primero lo primero, manifiestan las autoridades, “antes que nos hagan la carretera, queremos la constitución de nuestros resguardos indígenas, para que no nos vengan a robar, para poder defender El Naya”.

De esa forma y con algunas otras experiencias conocimos la complejidad del Naya, la validez de que “las cosas buenas cuestan, pero valen la pena”, y el Naya vale la pena; ese territorio tan bonito, tan amañador, la calidez de su gente, sus colores, sus olores, sus sabores, sus sonidos, sus majestuosos ríos, su resistencia.
 

Por: Tejido de comunicaciones para la verdad y la vida de la Cxhab Wala Kiwe

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